Crónicas Mezcaleras

Monte Albán

El origen

Corría el año 1920, hace ya más de un siglo, cuando al destino se le ocurrió ponerlo en esta vida en un pueblo más allá del olvido. Polito le llamaron desde pequeño, junto con su saxofón ya entrada su vejez, entre la banda de música del pueblo el apodo perduraba.
Hacía 1934 probó las virtudes del mezcal para no soltarlo sino hasta ya muy cerca del “jamás”. Fue su compañero durante más de 80 años. Al siglo siguiente, en el año de 2016 el doctor le dijo, desde los ojos y con todo el dolor de su alma: “el siguiente trago es el último, ya usted sabe”.
Un par de años después en el 2018, uno antes de la muerte del mayor de sus hijos, mi padre, cuando estaba de visita en su casa que de la nada sacó una botella de tequila rellenada con mezcal, ya con la tercera parte, pero suficiente para darle sentido mi vida.
Será difícil borrar de mi memoria aquellas palabras “toma hijo, llévatelo, el doctor me dijo que el siguiente trago es el último”.
Le agradecí el gesto y de inmediato pasó por mi cabeza la idea de que esa botella llevaba ahí 2 años, además de que a una persona que había bebido mezcal por más de 80 años no le daban cualquier cosa. El regalo más grande que me hizo la vida, la curiosidad, me hizo destapar aquella botella y vertir sobre la tapita algo que no sabía que me pondría en el camino que le daría sentido a lo que llamo la segunda parte de mi existencia. Lo bebí y aquello quedaba lejos de lo que yo conocía como mezcal.
“¿Quién le dió esto?” le pregunté. Me dijo que era de la misma persona que elaboraba el mezcal que comenzaba a enviarme a la Ciudad de México desde unos meses atrás cuando comencé a interesarme en la bebida y compartirla.
Ese mismo año hice un viaje de mes y medio con mi amigo Meteoro, ibamos en busca de aquello que no había podido yo encontrar en cantidad de oficinas alrededor del mundo. Tan sólo el inicio del viaje me volcó a una serie de recuerdos y eventos más allá de todo lo que conocía. La primer noche de aquel viaje, la noche de mi cumpleaños 45, la pasé en una ceremonia con una planta sagrada. Así iniciaba la celebración de la primer parte de mi vida, ahí comencé a celebrar mi cumpleaños 50.
En aquel hurgar de eventos pasados me vino a la memoria el regalo de mi abuelo, entonces entendí que aquello que me había regalado iba más allá que un trago de alcohol, era lo que definiría los primeros años de una segunda parte de la vida que me ha puesto en un mundo completamente diferente.
El pasado 20 de Junio, durante el solsticio de verano tuve a unos duendes bailando en mi mano en una montaña en Oaxaca, la montaña a la que me destinó mi abuelo desde aquel trago de mezcal.
Ahora me dedico a explorar la sierra sur, en las faldas de aquella montaña que me eligió, a ayudar a los productores de la zona a mover su producción, a traerlo a la ciudad y mostrar a la gente la forma de descubrirlo desde la naríz, el paladar y desde el alma, enseñando una comunicación más profunda con nuestros sentidos, con nuestro cuerpo.


Mi abuelo murió poco después de la partida de mi padre. Tuvo la poca fortuna de que nadie lo invitó a la celebración de su centenario. La familia entera, ya de más de 80 integrantes, así como el pueblo entero, se preparaban para tamaño festejo. Faltaban 9 días para su cumpleaños número 100, cuando ese mismo que lo destinó a nacer en un pueblo más allá del olvido acertó tomarlo de vuelta.
Cancelaron todo, banda, pastel, mariachis, sillas, tablones, le dieron las gracias a los chivos y los mandaron de vuelta a pastar.
“Si no voy yo, no va nadie”, bien se podría leer en su epitafio, porque así era Don Polito.

Gracias abuelo.




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